Perros Flacos

Madrid, años ochenta

Frente a la «movida madrileña» de cierta élite económica y cultural, estuvo la «movida de los parias», donde no había espacio para el glamur. 

Una movida que arrancó en la Escuela de Caminos de la Universidad Politécnica de Madrid, donde se celebró el Homenaje a Canito, y culmina en 1989 a la sombra de la caída del Muro de Berlín, con los ecos recientes del «rebelde desconocido» de la plaza de Tiananmen.

Durante diez años, nueve personajes, con sus miedos, sus pasiones y sus secretos viven la movida en su particular Factoría ubicada en la UVA de Hortaleza, una suerte castiza de The Factory de Warhol. 

Allí, la crónica histórica se mezcla con historias sucias, brutales y fantásticas, repletas de insatisfacciones, aunque también de sueños.

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Dicen que cualquiera puede coger una guitarra, juntarse con tres amigos más, formar un grupo, presentarse al concurso de rock del Ayuntamiento y hacerse rico y famoso en un par de meses. 

Hay unos vascos que han venido de San Sebastián, donde no conseguían nada llamándose La Banda sin futuro y ahora, como Derribos Arias, tocan en Rock-Ola y en todos los festivales y salas de conciertos. Y un tal Pablo Carbonell, que llegó de Cádiz y dormía en el Parque del Retiro porque no tenía dinero para pagarse una pensión, ya aparece en La Bola de Cristal de Televisión Española junto a una mejicana, llamada Alaska, que empezó siendo una punki en Kaka de Luxe, y otro vasco, Javier Gurruchaga, que vino de Donosti con sus amigos y acabó triunfando. Por no hablar de Pedro Almodóvar, que cuando vino a Madrid no tenía donde caerse muerto y ahora es una estrella internacional. 

Pero no todos los que han venido a la capital animados por tantas historias de éxito han logrado hacer realidad sus sueños.

En Perros Flacos, Mari Cruz Vázquez nos lleva a la uva de Hortaleza, un barrio periférico, alejado de los bares y salas donde tienen lugar los encuentros entre famosos que airean las revistas y dan de comer a los periodistas, y en el que nueve personajes viven su particular «movida». 

Del «Prólogo» de Jesús Ordovás